La carrera de las seis
“¡Corre que ahí viene!” gritaba exaltada una chica alta con zapatos deportivos y cola de caballo a otra que yacía sentada en un muro del estacionamiento, quien tardó en reaccionar al grito de su amiga, pues se hallaba medio atolondrada tratando de cubrirse la cabeza de las impertinentes gotas de lluvia que no respetaban el secado de su cabello.
El reloj marcaba cinco para las seis mientras que el cielo se oscurecía cada vez más, todos los que esperábamos en el estacionamiento del NURR teníamos claro que para lograr el tan ansiado privilegio de ocupar un asiento en el bus que nos conduciría a Valera lo que se requería era ganar la carrera de obstáculos que cada día se reanudaba y cuyo premio se traducía en lograr ir sentado en la media hora de vía en el eje vial.
El grito de aquella chica fue la bandera que dio por iniciada la carrera. “¡Corre que ahí viene!” fueron las palabras mágicas para que una estampida humana se abalanzara estrepitosamente a aquel aparatoso autobús que aún no entraba al estacionamiento. De repente se empezaron a notar los ganadores, la mayoría hombres que sin miedo a caer se treparon al bus en movimiento, por supuesto yo no estuve en ese selecto grupo pues no tengo la gallardía de enfrentarme a un autobús que aún no ha frenado por completo y también porque prefiero ir de pie a rodar por el duro pavimento del estacionamiento.
De repente ocurre un milagro, el bus frena delante de mí. Su puerta estaba a escasos dos pasos desde donde me encontraba, me sentía victoriosa, lograría obtener un puesto y con la frente en alto empecé a caminar. Pero pronto me percate que mi situación no era la mejor, en un segundo me convertí en un jugador de fútbol americano que tiene entre sus manos el balón listo para lanzar y anotar y que es perseguido por los demás jugadores para derribarlo sin piedad. Todos venían en avalancha hacia la puerta y yo estaba en medio del camino, aferre fuertemente mi cuaderno entre mis brazos y me dispuse a entrar al bus como fuera.
Si no puedes contra ellos úneteles pensé rápidamente y me aferré a la puerta del bus tratando de entrar entre empujones, pisotones y gritos. Los hombres por su condición más robusta empujaban fuertemente para entrar sin consideración alguna por el género femenino. “Los caballeros no existen, sólo quedan los caballos” gritaba una pequeña chica que había sido empujada hasta la parte de atrás de bullicio. Con los zapatos algo sucios, por las pisadas, y con el cabello despeinado me encontré en el pasillo del bus donde comenzaba la siguiente etapa de la carrera, encontrar un puesto libre antes que otro lo hiciera. ¡Ahí estaba! Ese era el mío, me dispuse a correr hacia un asiento libre en el fondo del bus pero pronto mi alegría se ensombreció al ver que antes que yo llegara ya ocupaba mi puesto un chico desaliñado y medio dormido que entraba por la puerta trasera del bus. Me sentía robada, ese asiento me pertenecía, yo había luchado por obtenerlo y me lo habían quitado en mis narices.
Como premio de consuelo logré sentarme en los peldaños de la escalera que se encontraba en la puerta del autobús y pronto me pareció una estupidez toda la aparatosa carrera de obstáculos que los estudiantes del NURR teníamos que pasar para lograr un puesto. ¿Acaso no es posible que la universidad habilite un bus más en las horas de mayor concurrencia del transporte estudiantil? o ¿ es muy difícil establecer un horario más seguido para la salida de los buses a las últimas horas de la tarde? Así se evitarían los empujones, aruñazos y pisotones que nos tenemos que aguantar después de un día entero de clases.
“Viste que por tú estar de mona no agarramos puesto” reclamaba a su amiga la chica que en un principio dio la señal de partida para la intempestiva carrera, volteé a mirar de reojo a la alterada chica que había corrido con peor suerte que la mía, pues al menos yo tenía un duro asiento mientras ella se balanceaba al compás que marcaba el estrepitoso bus.
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