Mónica Spear y el entierro de un país
Hubo de todo. Flores, trajes negros, cámaras, lentes oscuros, familiares con el pecho destrozado de tanto sollozar, amigos que lanzaban flores y curiosos que se atrevieron a ir como un pueblo que despide a su reina.
También hubo lágrimas, muchas lágrimas. De las más duras, de las que astillan el alma. Esas incontrolables. Esas inconfundibles. Lágrimas de muerte. Lágrimas de adiós definitivo, de ese adiós que se esconde en el atardecer de un entierro.
Pero la tristeza no estaba sola. La tristeza tomó de la mano a la arrechera. Sí, arrechera con el alma, arrechera e impotencia. Esta tarde no enterraron solo a Mónica, también enterraron a los que vinieron antes, a los que se lloraron menos, a los que no tuvieron cámaras ni micrófonos, a los que borró el tiempo.
Nos asomamos al ataúd y lloramos, y es que no la vimos a ella, nos encontramos con un espejo, nos vimos reflejados, nos vimos vulnerados. Después de enterrar a miles de los nuestros que fueron asesinados por fin nos atrevimos a mirar dentro de ese cajón frío, a mirar a nuestros muertos.
Les quitamos los números y les vimos el rostro. Recordamos sus ganas de vivir, sus ganas de triunfar, sus ganas de reír. Y es que ya ni siquiera respetan a una reina.
Nos dimos cuenta que probablemente vendrán muchos más muertos. Entendimos que podemos ser parte de ellos. Lloramos, gritamos, nos indignamos y lo peor de todo, nos atemorizamos. El miedo arropa a quienes se fueron y pensaban venir al país, y las ganas de largarse a probar suerte en alta mar intensificaron la búsqueda de postgrados y cursos de idiomas en el extranjero.
Fue como un golpe en la cara. Fue como la mujer que por fin reconoce ante la gente que el esposo le pega. Fue un insulto al "Chévere" que adorna el nombre de nuestro país en las vallas publicitarias que vemos al llegar a Maiquetía. Porque Mónica era chévere, tan chévere que vino a pasar Navidad con su familia, tan chévere que prefirió viajar por Venezuela. Fue tan chévere que hasta después de su muerte aportó un grano de arena a la unión del país. Logró que volteáramos a ver el problema de inseguridad. Logró que la tristeza de Manuel Sosa (su revolucionario compañero de telenovelas), se confundiera con la de su amiga Norkys Batista (fiel opositora a este gobierno). Pero lo más importante es que logró lo que muchos quisimos ver hace años: Que gobernantes de oficialismo y oposición se plantearan trabajar juntos por Venezuela.
Se me formó un gran nudo en la garganta al leer esto... Luego lágrimas...
ResponderEliminarMuy sentido tu texto, Ariana
ResponderEliminarLo lees con un nudo en la garganta y respirando profundo procurando retener la lagrima que grita por salir... nos arrechamos, pero el miedo cada vez gana más terreno
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