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Crónica de una toma anunciada



Recordar el Ateneo de Trujillo le provoca un poco de nostalgia. Se le escapa un suspiro mientras relata cómo fue que el lunes 13 de diciembre, mientras aún salía el sol, lo sacaron a él, junto a un grupo de ateneístas, de la sede en la que habían hecho vida por más de 10 años.

La barba blanca y poblada hace contraposición con su esc

aso cabello. Dos zarcillos en su oreja izquierda, uno en su derecha, zapatos deportivos, franela holgada y un caminar relajado hacen del profesor Pancho Crespo un bohemio consagrado. Su rostro alegre y lleno de energía se resigna ante ese suspiro de quién ve perder una parte de su vida.

“La toma del Ateneo estaba ya anunciada, nos avisaron el domingo que el lunes a la seis de la mañana iban a hacerlo, así que nosotros nos fuimos más temprano para ver qué pasaba” relata lentamente.

El candado de los portones del ateneo no sirvió para detener a quienes venían. Se acercaba un grupo aproximado de treinta personas y Pancho se percató que eran en su mayoría hombres, cuando a los lejos escuchó las voces que entonaban una consigna que poco a poco se hacía más fuerte.

“¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina!” gritaba el grupo identificado con franelas donde se leía Comando Cuicas. Caminaban rápidamente y entre sus manos no llevaban espadas pero sí machetes, con los cuales golpeaban el piso, las barandas de la reja del ateneo y posteriormente los alzaban en forma de victoria.

Pancho los vio llegar a la reja. Escuchó explosiones, eran morteros que cada vez retumbaban más seguidos. Poco a poco fue adentrándose con el grupo que se encontraba al patio de las instalaciones, intentando refugiarse en el lugar donde hasta hace poco tiempo se reunían para hablar de arte y organizar eventos culturales.

Escuchó caer el candado. Los pasos de quienes entraban gritando que se fueran, con machetes en la mano, eran cada vez más fuertes. Sus sentimientos no eran muy claros, una mezcla de emociones embargaba su cuerpo; tenía cierto miedo escondido por la rabia, la indignación y la impotencia ante lo que sucedía. A pesar de los llamados, la policía no llegaba.

Ver a alguien con un machete le causa más miedo a Pancho que ver a alguien con pistola, quizás porque siente que la agresión amerita mayor fuerza en los brazos, mayor rabia en la mirada. No obstante vio a un hombre con pistola disparar dos veces al aire y se dio cuenta de la gravedad del asunto. Después de más de media hora de discusiones escuchó, junto al grupo de ateneístas, el ultimátum. “Les damos diez minutos para salir o no respondemos de lo que aquí pase” dijo una voz fuerte mientras uno a uno los hombres con machetes se retiraban.

Ahora estaban solos mirándose, pero ninguno pensaba retirarse. Entraron a la oficina del ateneo en busca de refugio.

La toma que se estaba realizando ya llevaba tiempo pronosticándose. Se empezó a sentir la tensión desde el momento en que el ateneo se opuso a la postura del Gobernador del estado que, bajo la influencia del cronista Huma Rosario Tavera, aseguraba que Mario Briceño Iragorry era un traidor de la patria, y que debido a ello era necesario cambiar el nombre de la Biblioteca Central por el del General Antonio Nicolás Briceño.

A raíz de ello el director de educación del estado, Benito Flores, en unas declaraciones aseguró que al igual que se iba a cambiar el nombre de la biblioteca, también se pensaba tomar las instalaciones del Centro de Historia y del Ateneo de Trujillo. Desde ese momento ya estaba anunciado, lo que esa mañana de diciembre se estaba llevando a cabo.

Desde la oficina en la que se encontraba con sus compañeros, Pancho sentía transcurrir el tiempo y de repente sintió como los mismos hombres que se habían retirado escasos minutos atrás, volvían intentando derribar la puerta de vidrio para entrar hacia donde ellos estaban.

Golpe tras golpe la puerta estaba resistiéndose a ser tumbada, pero un golpe seco con un objeto, al que Pancho no alcanzó a ver, realizó finalmente el objetivo. Entraron dispuestos a sacarlos y lo lograron.

Empujones sin distinción de género ocasionaron que poco a poco ese grupo que se negaba a salir se diera tropiezos hasta el portón de la entrada. Pancho sintió un puntapié. “Literalmente me sacaron con una patada en las nalgas”.

Dos ateneístas llegaron corriendo a ver qué sucedía, pero ya la toma era inminente y lo único que recibió uno de ellos fue saliva en la cara y una amenaza preocupante.

Ya eran casi las ocho de la mañana y se dirigieron a la fiscalía a colocar la denuncia. Pancho no olvida como el fiscal los aconsejó de dejar las cosas así, pues en vez de victimas podían convertirse en victimarios.

A más de cuatro meses de haber sido agredido, Pancho confiesa estar con los ánimos un poco bajos, al igual que el resto de sus compañeros. Están tomando todas las medidas legales pero en el fondo no cree mucho en la justicia de este gobierno.

Ahora él forma parte de un grupo de ateneístas sin ateneo. Su espacio se ha tornado más virtual. Abrieron una cuenta en facebook bajo el nombre de Ateneo de Trujillo para no perder del todo su presencia.

Al abrir la pestaña del chat le pregunto a Miguel Viloria, quien maneja la cuenta del ateneo y fue miembro de éste por más de 10 años, cómo se sintió ese día de la toma. Una frase recoge el sentimiento común entre los ateneístas del estado: “Maltratado hasta los tuétanos, mija”.

Ariana Briceño Rojas

Ariana Briceño Rojas

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