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Otra batalla más



“Guerra avisada no mata soldado” reza un dicho popular que no podía encajar mejor en lo que estaba pasando, pues si algo estaba anunciado ese día era la guerra a la que horas más tarde se enfrentarían estudiantes y policías, los primeros cargados con piedras y palos y los segundos preparados con perdigones y lacrimógenas. Era un secreto a voces, ya sabíamos que al segundo día de reincorporarnos a clases en el NURR un grupo de estudiantes saldría a la calle a protestar, lo supimos la misma madrugada de agosto en la que la Asamblea Nacional aprobó a puerta cerrada y con suma premura la tan polémica Ley Orgánica de Educación (LOE).

“¿Estás lista para hoy?” me dijo en la mañana un chico que estaba apostado en el pasillo principal de la universidad repartiendo folletos que explicaban las razones por las que la LOE atentaba, según él, contra los estudiantes venezolanos. Al decírmelo su rostro dibujaba una sonrisa cohibida, una especie de satisfacción eufórica que trataba de esconder bajo una voz grave. “¿Para correr? Por supuesto” le respondí en forma de juego, aunque realmente ambos sabíamos que lo que estaba por venir no era juego, el pronóstico era fuerte.

El día anterior fuimos recibidos en la universidad con fuertes detonaciones que hicieron brincar a más de uno. Consignas en contra de la promulgación de la nueva ley se escuchaban en el fondo, opacadas inevitablemente por las explosiones que dejaban un silbido aturdidor a los que estaban cerca de la algarabía. Todo esto era un preámbulo, pues como ya es costumbre en la villa, el primer día no se sale a la calle, sino que se planifica, se coordina, se buscan los recursos, se colocan en lugares estratégicos y se espera a la mañana siguiente para actuar.

Y así fue. Ese día el arsenal estaba listo y después de algunas justificaciones improvisadas, que buscaban avalar la protesta, salieron. Los vimos pasar corriendo, con sus rostros cubiertos, con piedras en las manos y con una efervescencia que los arropaba. A través de los grandes ventanales del aula los mirábamos como quienes miran una película hipnotizados por la expectativa de lo que vendrá; y lo que vino fue un camión. Sí, un camión que pasó en el momento justo por el lugar equivocado y esa equivocación lo confinó al estacionamiento de la universidad, su lugar de encarcelamiento por las próximas horas.

“Lo agarraron” gritaba un chico mientras los demás estudiantes salían a observar como secuestraban el mal afortunado camión. “Seguro lo queman” comentaba otro con tono de despreocupación, “es de la Plumrose, tiene que tener seguro” agregaba para restarle importancia al asunto. Y así algunos seguían comentando mientras otros se resignaban a la idea de tener que caminar un largo trecho para salir de la villa.

Fue una huelga más, similar a las anteriores que nos tienen acostumbrados. Fue otra batalla de la guerra que, desde hace años, se vive gestando entre estudiantes encapuchados y policías armados. Entre cada piedra y cada perdigón se va priorizando el enfrentamiento y poco a poco las capuchas van desacreditando la razón de la protesta. Protesta de la que muchos queremos formar parte, pero con el rostro descubierto.
Ariana Briceño Rojas

Ariana Briceño Rojas

1 comentario:

  1. Una guerra en la cual los soldados de ambos bandos son simples peones de un juego de ajedrez y donde los agentes gubernamentales e institucionales son piezas que tienen un gran valor para el desenvolvimiento de este ajedrez, normalmente estas piezas hacen movimientos efectivos y lógicos para que se pueda terminar rápido dicho juego, pero este no es caso de nuestro ajedrez solo vemos movimientos ineficaces y sin coherencia alguna para la finalización de esta guerra, solo juegan los peones contra peones donde se vuelve una larga partida de ajedrez o infinita. Esperemos que estas influyentes piezas que están ausentes empiecen a jugar y terminen una guerra que empezaron por el bien de la sociedad.

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