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El Pacifista

Una mano violenta se precipitaba a agarrar la cara de la mujer que intentaba, sin éxito, esquivar el maltrato que más que dolerle en el rostro le desmoronaba el alma. Aquel brazo que propiciaba tanto sufrimiento no tenía los hombros como sostén, sino que salía de la boca de un hombre con una mirada que encerraba rencor y cuyo rostro mostraba el sentimiento más dañino que la humanidad puede sentir: Odio.

Esa imagen se proyectaba sobre una pared de la sala Charles Chaplin de la sede Carmona del Núcleo Universitario Rafael Rangel (NURR). Esa fotografía era la entrada a la conferencia Comunicación para la Paz que sería dictada por el sacerdote jesuita Jorge Luis Mejía, quien trabaja en el Programa por la Paz en Colombia.

Antes de comenzar a hablar miró con una sonrisa dibujada en su rostro a la profesora que leía su hoja de vida con gran entusiasmo. La gran cantidad de labores realizadas por aquel sacerdote colombiano y que aquella mujer enumeraba una a una demoraba cada vez más el inicio de su conferencia.

El pantalón y camisa beige que tenía puesto le daban una semblanza sencilla pero respetable. Las líneas de expresión en su rostro y el blanco que llenaba parte de su cabello mostraban una edad que lo diferenciaba del grupo que tenía al frente, el cual estaba conformado por universitarios, en su mayoría estudiantes de Comunicación Social del Núcleo “Rafael Rangel” de la Universidad de Los Andes (ULA).

Con micrófono en mano, se recuesta al mesón que está a su espalda y alza la mirada para ver a quienes sentados le prestan su atención. “No todo lo que dice la Biblia es cierto” dice el sacerdote bajo el asombro de algunos. “La Biblia fue escrita por hombres y en ella se le atribuye a Jesús una frase completamente errónea: ‘El que no está conmigo está contra mí’. Yo no puedo creer que un hombre de paz como Jesucristo dijera eso, porque en esa frase se encierra la base de la violencia y el odio, se encierra la intolerancia del ser humano”.

La experiencia del sacerdote en el caso de la violencia en Colombia lo hace inclinarse cada vez más por una postura hacia la paz. “Los políticos colombianos no han entendido que la salida no es militar, sino precisamente política”, se lamenta mientras dirige la mirada hacia la imagen en la pared. “Creo que esa imagen dice todo por sí misma, el inicio de la violencia va en la palabra. Pero el problema no es la palabra, sino quien la dice y cómo la dice”.

La mirada de decepción y tal vez de frustración se percibe cuando aquel sacerdote asegura, mientras lleva su mano a la cabeza, “nosotros en Colombia siempre hemos admirado a Venezuela por darle la espalda a la violencia, pero lamentablemente las imágenes que nos han llegado de diputados en la Asamblea Nacional agarrándose a golpes nos hace pensar que eso está cambiando”.

Una sensación de escalofrío corrió por aquel salón, donde ninguno pudo negar esa postura que acababa de plantear. La polarización que enfrenta Venezuela ha llevado indudablemente al establecimiento de las condiciones necesarias para la configuración de un clima de violencia y de intolerancia.

“Los medios de comunicación no se pueden internar en este clima de confrontación, la salida se presenta al colocarse en la calle del medio, pero no es fácil. Muchos periodistas que han tratado de cumplir con su labor en un clima tan violento, como el colombiano, han sido amenazados y muchos de ellos asesinados” decía el padre con un tono bajo en su voz.

Pasa las diapositivas de la presentación y desaparece de la pared aquella desagradable imagen; ahora empieza a explicar la naturalización de la violencia. “Todo empieza cuando se polariza y se confunde a la persona con el problema, así que ya no se ven las causas del problema sino que la persona se convierte en el problema y se pierde el sentido inicial del conflicto. En ese momento ya no vemos un conflicto sino un enemigo al que hay que destruir”.

De repente en la pared se refleja un poema escrito por el filósofo americano Sam Keen, que lleva por nombre La creación del Enemigo. El sacerdote Mejía comienza a leerlo con voz pausada:

“Comienza con un lienzo en blanco

Esboza en él siluetas de hombres, mujeres y niños.

Hunde la brocha en el pozo de tu propia oscuridad

Dibuja en la cara de tu enemigo la codicia, el odio y la crueldad

que no te atreves a reconocer como propias…

Rellena el fondo de tu lienzo con los demonios y figuras malignas

que alimentan nuestras pesadillas ancestrales.

Cuando tu cuadro esté completo podrás matarlos sin culpa y despedazarlos sin sentir vergüenza

Lo que has destruido, simplemente, es un enemigo de tu Dios”


Después de una pausa para esperar que las personas internalizaran lo que acababan de escuchar, el padre Mejía dice con una sonrisa un tanto irónica: “La primera vez que leí este poema me pareció un poco exagerado, pero ahora me doy cuenta que Keen se quedó corto”.

Ariana Briceño Rojas

Ariana Briceño Rojas

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